domingo, 3 de marzo de 2019

Manada imaginaria

El amarillo brillante envolvía al paramogris mientras con mi dragón sobre el espejismo caminaba.
No se veía nada mas alrededor, solo nuestras huellas sumiéndose en la cantera gris completamente gris resquebrajada; cada paso que dábamos sacaba volando filosas lajas que a cortar nuestros brazos y rostros regresaban.

No tengo idea de cuántos miles de pasos dimos, el tiempo no avanzaba pero nuestra soledad con cada respiro se agigantaba.

Mis labios rotos de calor...el hocico de mi dragón ya sin color.

La sed....la sensación de esa sed,la lengua pastosa se pegaba al paladar y al tratar de salivar hilos delgados rojos de sangre escurrían por la comisura labial; los ojos duros y desgastados,la mirada borrosa del cansancio me impedía saber cuál era ya la realidad.

No podía pensar ni sentir nada, mi mente estaba acalambrada y ni siquiera podía recordar por qué llegamos a ese inmenso lugar.

Afortunadamente mi dragón tenía un caparazón escamoso que le permitía nivelar un poco su temperatura corporal.

Cuando me tropezaba o las lajas de cantera me tiraban, mi compañero leal y fiel con la punta de su hocico me jalaba con cuidado de los jirones de mi ropa y con sus ojos grandes y verdes a levantarme me animaba.

No sé que hubiera sido de mi sin el....

Lo último que recuerdo, es que antes de desvanecerme sobre su cuerpo azul caí.
Desconozco cuántos segundos o milenios pasaron en lo que desperté.

Cuando pude despegar los párpados ahí estaba a mi lado el, batiendo con cariño sus grandes orejas para que un poco de aire a mis pulmones por mis narinas pudiera entrar.

El páramo aunque seguía inmenso y gris, ya no era abrazado por el brillante amarillo quemante, sino por un delicado azul tibiamente acariciante.

Aunque nuestros cuerpos estaban llenos de cicatrices, no teníamos heridas abiertas  y nuestro corazón como el pasto después de quemado volvía a renacer.

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